“Cuando bien comigo pienso, mi esclarecida Reina, pongo delante los ojos las antigüedad de todas las cosas, que para nuestra recordación y memoria quedaron escritas, una cosa hallo y saco por conclusión muy cierta: que siempre la lengua fue compañera del Imperio; y de tal manera lo siguió, que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de ambos.”
Así empieza la Gramática de Antonio de Nebrija. Fue publicada en 1492, el mismo año que culminó la Reconquista con la rendición del Reino Moro de Granada, de la expedición primera de Colón que descubriera el Nuevo Mundo y también el año del decreto real de prohibición del judaísmo. La reina a quien se dirigía en su prólogo el escritor era Isabel de Castilla, jefe del primer Estado Español desde los tiempos de los godos, junto con su esposo Fernando de Aragón. Por entonces ya era el español, también llamado castellano, la lengua de España. Había otras lenguas y dialectos, pero eran ya por entonces idiomas menores, que como el gallego o el vascuence habían quedado arrinconados en el mundo campesino o que como el catalán y el valenciano eran por condición idiomas regionales sin proyección más allá de ese ámbito. De esto hace más de quinientos años y hasta finales del siglo diez y nueve, nada cambió en el estado de las lenguas en España.
Fue al surgir los movimientos políticos separatistas en Cataluña y Vascongadas cuando aquellas lenguas que languidecían se convirtieron en instrumento político contra la unidad de España, se trataba no solo de imponer aquel idioma de nuevo sino también de desterrar el español. Tenían claro desde el principio tanto Prat de la Riba como Sabino Arana que el triunfo de su causa necesitaba de la expulsión del español para hacer del vascuence y del catalán una lengua nacional. Pero realmente seria la transición política y la maldita constitución de 1978 quien posibilitaría al separatismo hacer realidad su programa lingüístico. Han bastado treinta años para que el vasco, el catalán y el gallego se hayan convertido en los idiomas oficiales y nacionales y en cambio el español esté perseguido y en vías de extinción, al menos entre las nuevas generaciones educadas íntegramente en otro idioma, así sucede en Cataluña, en Valencia, en Baleares, en Galicia, en Navarra y en Vascongadas. Aproximadamente en un tercio del territorio nacional el español es un idioma clandestino, prohibido en la educación y en la administración, erradicado en la mayoría de medios de comunicación locales y cuyo uso es de mal tono entre la clase dirigente política y hasta económica.
Conviene en este punto decir que el núcleo del problema es Cataluña. Fue el nacionalismo catalán el que impuso el trágala del bilingüismo oficial de la Constitución y ha sido Cataluña y su poder económico desde donde se ha exportado a Valencia y Baleares el plan de desaparición del español. En otro plano hay que señalar como el partido socialista asumió la marginación del español como parte del ideario “progresista” y este ha sido un hecho decisivo. La derecha como en otras cuestiones ha terminado por sumarse a las mismas posiciones que al menos antes le enfrentaban a los socialistas, convertidos también en perseguidores del español quizás con menos celo que la izquierda pero ahí están los casos de los gobiernos populares de Galicia y Valencia para saber a que atenerse.
Existen en el mundo muy pocas naciones con más de un idioma oficial; Irlanda donde la preeminencia del inglés sobre el gaélico ancestral nadie se cuestiona, Suiza que es una federación de cantones germanos y francófonos, semejante al caso de Bélgica agregado de Valonia y Flandes o el caso de Canadá, dónde sólo es cooficial el francés en la provincia de Quebec, pero nada tan sorprendente como lo que sucede en España donde hay nada menos que cinco lenguas oficiales español, gallego, catalán, valenciano y eusquera: una nación que desde hace cinco siglos gozaba de una unidad lingüística indiscutible con el idioma español, que es además la tercera lengua en importancia del mundo después del chino y el inglés, ha sufrido la persecución lingüística del español y la imposición de aquellos idiomas regionales minoritarios. Treinta años para llevar acabo la reeducación social desde la escuela y los medios de comunicación para conseguir que un tercio de España no se hable español sino catalán, vasco o gallego. No existe ejemplo de algo así en todo el mundo, tendríamos que remontarnos precisamente a lo que sucedió en Filipinas a principio del siglo XX cuando Estadios Unidos erradicó precisamente el uso del español entre la población para sustituirlo por el inglés, de modo que ya en los años treinta tan sólo los ancianos usaban el español.
El español desde hace dos generaciones ha dejado de enseñarse en los colegios de buena parte de España, los niños de Galicia, Navarra, Vascongadas, Cataluña, Valencia y Baleares no se educan en español. Otro de los principios intocables del sistema político de 1978, el bilingüismo y la cooficialidad de los idiomas regionales con el español, ha resultado ser en realidad la cobertura para llevar acabo un cambio social sin precedentes que ha debilitado al español y a España. Millones de españoles han desaprendido su idioma, aquel que es parte de la esencia misma de España, que hizo posible la unidad de regiones y hombres desde hace siglos.
La lengua española ha fraguado una de las mas altas culturas de Europa, del mismo rango que la francesa, la alemana o la italiana pero las supera a todas porque los españoles la hemos extendido por América y hemos sabido hacer del español una de las escasas leguas universales junto con el inglés, el árabe y el chino. Pues bien, nada de esto parece valer tanto como el bilingüismo… o los otros idiomas peninsulares. Incluso muchos españoles profundamente patriotas y críticos con la persecución del castellano han asimilado esta aceptación indiscutible del bilingüismo. Grave error, de los más graves, porque es evidente que la defensa de nuestro idioma es una causa nacional por si misma y es además popular. Una demanda social que conecta directamente con la gente que en esto nunca recibe satisfacción alguna del PP y no digamos del PSOE. Una opción política que se defina como nacional si quiere tener éxito en España tiene que posicionarse y llevar en su programa y en lugar destacado la defensa del español sin demasiados matices y en contra del bilingüismo y la cooficialidad
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