Una misa y un acto de homenaje recordarán hoy a las víctimas del brutal atentado de la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza. El 11 de diciembre de 1987 consta con letras negras y gruesas en la lista de los más crueles latigazos de la banda terrorista. Eran las seis de la mañana. Un coche bomba cargado de explosivos, pensado para causar el mayor daño posible, estalló y rompió el silencio de las últimas horas de la noche y la vida de 11 personas, entre ellas cinco niñas que dormían en las viviendas de esta casa cuartel situada en la zaragozana Avenida de Cataluña.
José Antonio Urruticoetxea Bengoetxea, «Josu Ternera», fue pronto identificado por las fuerzas de seguridad como el responsable intelectual de la matanza, el que la ideó, el que la pensó y el que la puso en práctica. Eran los tiempos en los que en la cúpula de la banda estaba Francisco Múgica Garmendia, «Pakito», que caería detenido cinco años después en Bidart (Francia) junto a José María Arregui Erostarbe («Fitipaldi»).
El brazo ejecutor de aquel atentado fue el «comando itinerante» liderado por Henri Parot. Sabían lo que hacían, sabían dónde atentaban, sabían que perfectamente podía haber féretros blancos. Fue uno de los brutales bombazos indiscriminados de unos meses en los que la cúpula de ETA apostó por su estrategia de las matanzas en un intento por sentarse con más fuerza en la mesa de negociación de la segunda parte de las «Conversaciones de Argel» que encaró con el Gobierno de Felipe González. A finales de 1988 declaró su «alto el fuego», comenzaron las negociaciones. En abril de 1989 se dio por orto y fracasado el diálogo. El 29 de mayo de 1991 ETA reaparecía, de nuevo brutal, de nuevo con atentado indiscriminado, de nuevo contra una casa cuartel de la Guardia Civil, en este caso la de Vic (Barcelona).
Veinticinco años después, el responsable intelectual de la matanza de Zaragoza, Josu Ternera, sigue en libertad, en su particular «retiro», huido de la justicia española. Fue ordenado detener por la Audiencia Nacional en 2002 para que respondiera por su implicación. Huyó. Por entonces estaba incorporado a la política y ocupó escaño en el Parlamento vasco, donde llegó a ocupar puesto en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara vasca.
Cinco niñas muertas
En su personal currículum pesa, entre otras, las acusaciones de haber sido quien ideó este atentado en el que fallecieron 11 personas y otras 88 resultaron heridas. Y queda en el recuerdo la imagen de guardias ensangrentados sacando en brazos los pequeños cuerpos de niñas muertas y acudiendo ante los sollozos que salían del amasijo de escombros. Murieron las niñas Rocío Capilla Franco, que tenía 13 años; Silvia Pino Fernández, de 7; Silvia Ballarín Gay, también de 7; y las gemelas Miriam y Esther Barrera Alcaraz, de 4. En el atentado también fue asesinado su padre, cuñado de José Francisco Alcaraz, que por entonces vivía en Zaragoza con la familia de su hermano y quien años después se convirtió en cabeza visible de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), de la que acabó saliendo para fundar otra organización de víctimas, Voces contra el Terrorismo.
Huérfanos que se hicieron guardias civiles
La matanza de ETA en la casa cuartel de Zaragoza rompió familias enteras. Las de quienes sobrevivieron y han quedado marcados para siempre por la tragedia. Y las de hogares enteros mutilados por la bomba que el comando colocó y activó en cuestión de segundos (los guardias de vigilancia lo vieron, y estalló mientras avisaban por teléfono a un compañero artificiero). Algunos perdieron a sus hijos; otros, a sus padres. Fue el caso de dos niños que entonces contaban 7 y 9 años. En el atentado murieron su padre, su madre y su hermana, la niña Silvio Pino Fernández. Sólo les quedaba una abuela que se hizo cargo de ellos, pero murió poco después. Los pequeños acabaron criándose en el Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil. Y se convirtieron, también, en guardias civiles.
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